La lucha contra la calvicie lleva siendo un tema de preocupación para las personas desde hace milenios. Algunos estudios confirman la percepción generalizada de que el cabello es una característica muy importante de nuestra apariencia, y que su pérdida puede acarrear problemas con la autoestima. Incluso más allá de la estética, ejerce una función protectoradel cuero cabelludo frente a la exposición solar.
Durante nuestra historia hemos usado pelucas de todo tipo, ungüentos varios, tretas a cortinilla para disimular, y ahora hacemos uso de motores con los que poder trasplantar pelo. En el futuro es probable que demos un paso hacia las células madre.
Pero, ¿por qué los ancianos y faraones llevaban peluca en Egipto? ¿Por qué el mercado de pelucas se disparó en Roma? ¿Existía discriminación hacia los calvos? Buceamos en la historia para entender la moda del peluquín en la época victoriana, y qué suponía para un afectado por calvicie el disponer de algo con lo que cubrirse.
Si no tienes pelo, ¿cómo vas a ser faraón?
Es probable que las primeras pelucas apareciesen con las primeras ciudades hace más de quince siglos. Sin embargo las primeras de las que tenemos constancia son las pelucas egipcias, en concreto de la Dinastía XIX (época de Ramsés II).
En aquella época las pelucas se fabricaban de pelo natural mediante un procedimiento notablemente costoso. El pelo largo de calidad no abundaba, y debía ser afeitado a ras y lavado. Luego se cosía sobre una lámina fina escondida bajo los pliegues. El trabajo merecía la pena dado que eran un elemento esencial para el estatus social.
Los egipcios que podían permitirse el lujo de pagar por el cuidado del cabello lo hacían. Véase el bajorrelieve ‘El joven faraón Ramsés II’ (Louvre) y su trenza lateral. Cuando mantener el pelo implicaba poder, la trenza era una forma de mostrar la casta social… hasta que la edad hacía de las suyas. Al primer signo de calvicie los dirigentes se calzaban gruesas pelucas.
Grecia, Roma, y un mercado bárbaro de pelucas
No hemos cambiado tanto desde la época egipcia. Nuestro ADN es el mismo, y queremos mirarnos al espejo y sentirnos atractivos. Esto lo sabían en la Grecia Antigua, en la que había tantos tipos de pelucas como estratos sociales.
Las Kidaris eran una cinta de tela con cabellos postizos, las Crôbylos eran pelucas unisex, las Corymbe era bucles de pelo para mujeres, las Scorpios estaban destinadas a los niños (que se afeitaban si había piojos).
También había “crecepelos” como las friegas con manteca de oso o aceite de semillas de apio. Por supuesto no funcionaban, pero la gente intentaba casi cualquier alternativa con tal de mantener el cabello. Hoy día tenemos técnicas de conservación como la mesoterapia, que sí que funcionan.
Tanto en Egipto como en Grecia, y posteriormente en Roma, tener pelo era visto como un notable punto a favor tanto para ellas como para ellos. El poeta romano Ovidio hubiese triunfado en Twitter por sus frases cortas, mordaces y sinceras. Sobre la calvicie escribió aquello de “Feo es el campo sin hierba, el arbusto sin hojas y la cabeza sin pelo”.
El deseo por tener pelo —y el estatus que le acompañaba— era tal que había toda una industria orientada a “recolectar pelo” de los pueblos bárbaros (hoy germánicos) sometidos por el Imperio Romano. Probablemente no de forma voluntaria, y también improbable con pago de salario. Hoy, con técnicas como FUE, nosotros somos nuestros propios donantes de pelo natural, como nos contaron el día que visitamos la clínica Insparya.
‘Bullying’ de peluquín: la importancia social del pelo
Durante el reinado de Adriano (117-138) el historiador Suetonio decidió escribir ‘De Vita Caesarum’, una suerte de biografías no demasiado conservadoras en las que, por supuesto, se hablaba de pelucas y arremetía contra el emperador Domiciano (arriba).
Domiciano era calvo y, por lo que se desprende del registro histórico, aquello le suponía un trauma importante hasta tal punto que escribió un libro sobre el arte de cuidar pelucas. Suetonio dejó constancia del “bullying” de la época, ejerciendolo gustoso a la menor oportunidad.
Hoy día la calvicie está registrada como enfermedad por la OMS, y es que la percepción del atractivo juega un papel clave en cómo nos sentimos. La calvicie está asociada a falta de virilidad, pérdida del sex appeal, o la edad. Aunque durante un breve espacio de tiempo las pelucas fueron mucho, mucho más.
Ascenso y caída de la ingeniería en las pelucas
Justo antes de la Revolución Francesa las pelucas vivieron una época dorada hasta tal punto que la gente se olvidó de los calvos. Todos llevaban peluca, al menos todos los que podía pagarlo. En el libro ‘Historia descabellada de la peluca’ Luigi Amara recoge acontecimientos del todo extraños, empezando por la construcción de diminutos edificios, barcos e incluso puentes sobre las cabezas. A escala, se entiende.
Pelucas que requerían ser llevadas entre varias personas, un uso indiscriminado de harina para blanquear el cabello (recordemos que el pueblo se moría de hambre en las calles), y hasta una sublevación en la Ópera de París porque los cabezones de las damas de la corte (arriba) impedían ver el escenario. Lo que pasó después es por todos conocido: rodaron muchas pelucas.
TIRA y punchs de 4 mm: la prehistoria del trasplante
En 1959 el doctor Norman Orentreich descubrió que era viable trasplantar pequeñas zonas de piel con pelo. Las herramientas de aquellos tiempos eran bastante burdas, y los punch (cilindros para coger unidades foliculares) medían nada menos que 4 mm de radio, equivalente al canto de dos monedas de 20 céntimos. Los resultados eran, por decir algo, antiestéticos, pero en aquella época era tecnología avanzada.
En los años 80 empezaron a injertarse tiras de piel continua con resultados cuestionables. Al extraerlas con bisturí, este procedimiento (llamado TIRA, hoy casi en desuso) penetra en la dermis cortando nervios y vasos. Además deja cicatriz, los cuidados posoperatorios son mucho más delicados y el daño folicular puede afectar al 30% del trasplante. Por suerte, los punch de arriba se hicieron mucho más pequeños, y hoy usamos la técnica FUE con resultados naturales.
Células madre, el tratamiento del futuro
Dentro de unas décadas el trasplante capilar convencional será visto con tanto escepticismo como hoy lo es untarnos la calva con manteca de oso. Las células madre van a jubilar una gran cantidad de técnicas actualmente punteras, y es preciso tener visión de conjunto para entenderlo. Por eso centros como Insparya trabajan desde hace años en I+D para dar con las claves del futuro.
La idea es conseguir, a raíz de una unidad folicular, que esta se multiplique decenas, cientos o miles de veces, con el objetivo de ser luego implantada en el cuero cabelludo donde se necesite. Al provenir de unidades foliculares del paciente, el riesgo de rechazo (como ocurre con la técnica FUE) será mínimo, y además de abaratar notablemente el proceso, se dispondrá de tantos pelos como sean necesarios.
Con las células madre no será necesaria una zona donante más allá de unos pocos folículos, lo que va a cambiar por completo el tratamiento de la calvicie. Actualmente migrar pelo requiere retirarlo de otra parte del cuerpo, lo que exige un estudio riguroso para no afectar a otras zonas y supone un número de folículos limitado.
En el futuro podríamos incluso repetir los injertos varias veces a lo largo de nuestra vida, por ejemplo porque los folículos pierdan parte de su capacidad para formar pelo.